Miré hacia un lado, hacia el otro, miré al frente.
Estaba anocheciendo y el cielo se teñía de rosa por el horizonte, un rosa precioso, agarré mas fuerte el asa de mi maleta y me encaminé por el adoquinado terreno, mientras dejaba atrás pequeñas callejuelas no podía dejar de repetirme para mi misma que si, efectivamente, aquella era la ciudad con la que llevaba semanas soñando.
Como guiada por una mano maestra, ya sabia hacia donde se dirigían mis pies, hacia mi nueva casa, un poco apartada de la zona céntrica, como metida con calzador entre dos grandes casas victorianas, la pequeña casa de un rosa desteñido parecía de juguete, su tejado hacía aguas y el balcón estaba ligeramente abombado, pero no me importó, llegué hasta allí y arranqué una nota que había en la puerta, en la que rezaba que se vendía la casa, “ya no” pensé para mis adentros, noté como mis labios se arqueaban en una satisfecha sonrisa, por suerte ya lo había concertado todo con el arrendatario y no había problemas con la instalación, de la maceta que había en la ventana saqué una pequeña llave dorada, con la que después de un pequeño rifirrafe pude abrir la puerta, encendí las luces, que era de un dorado pálido, la casa era pequeña, si, pero muy acogedora, dos pisos y un pequeño jardín trasero, ideal para plantar un huerto, un suspiro fugaz salió de mis labios, dejé caer la pesada maleta y cerré la puerta, me tumbé en el sofá de dos plazas tapizado con ramos y remolonee lo justo para darme cuenta que había anochecido…
…miré por la pequeña ventana como los últimos rayos de luz morían para dar la bienvenida a la oscura noche, me levanté del cómodo sofá y me coloqué bien la larga falda, algo sucia del viaje, para que no se me arrugara mas aún, cogí la maleta con mis pocas pertenencias y subí las escaleras de caracol, el cuarto de arriba era pequeño y oscuro, su único mobiliario era una cama de matrimonio carcomida, una mínima cómoda con un pequeño espejo mateado a causa del tiempo y un escritorio.
Dejé la maleta encima de la cama, la abrí y guardé la poca ropa y los enseres que tenia en la cómoda, cogí mis libros uno a uno y los puse en orden encima del escritorio, una vez la maleta estuvo vacía la dejé en la esquina más alejada del cuarto, me dirigí al pequeño balcón, iluminado por las luces de fuera, abrí la persiana y respiré el aire puro, hacia frío y pude sentir como me quemaban las mejillas, la barandilla tenia polvo, algo que detestaba.
Miré la oscura calle, me pareció ver una extraña sombra que se movía con pasividad…